Menos de 400 mil pesos Mtro. Abel Palomera Meza

Es una idea popularmente conocida que, para participar como candidato en una campaña política, se necesita contar con grandes cantidades de dinero o, de otra manera, tener variedad de patrocinadores que ayuden a sufragar los gastos de la misma. Y la suma monetaria que se ocupa crece dependiendo del puesto que se busque conquistar. Así, sin dudarlo, una campaña por la Presidencia de México es la más cara, seguida por la de Gobernador y de ahí hacia abajo quizá por la de Senador, Diputado Federal, Alcalde y Diputado Local.

Y para todos es cierto porque una campaña política implica el sostenimiento de un equipo estratégico y de activistas permanentes, al menos por varios meses. Asimismo, requiere la compra de una multiplicidad de propaganda, publicidad, tiempo en radio y televisión y hasta algunas entrevistas. A ello se adiciona que se hace costumbre a un candidato el pago de desayunos en reuniones y la entrega de apoyos ciudadanos como despensas, pago de luz eléctrica, medicamentos. También, están las encuestas, los estudios, la renta de locales y lo que surja en el transcurso.

Así, en México, tanto partidos como políticos y también los ciudadanos, estamos ya acostumbrados a ver dispendio sin control durante una campaña electoral. No sólo gastan los partidos y los candidatos, también lo hacen los grupos de interés, como empresarios y otros políticos, que apuestan por una u otra opción e invierten a fin de ser favorecidos ya llegado su amigo al gobierno. Un caso paradigmático que alimenta esta idea es el sucedido en 1994, año en el que el candidato Roberto Madrazo Pintado gastó en su campaña por la Gubernatura del Estado de Tabasco, la hermosa cantidad de 72 millones de dólares, más que lo utilizado por Bill Clinton para llegar a la Presidencia de los Estados Unidos.

Casos como éste nos hacen pensar que en México hemos construido una democracia basada en el dinero. De ahí que la frase tan popularmente acuñada de que “un político pobre es un pobre político” se sienta con tanta vigencia en nuestros días. Sin embargo, algo está cambiando en este país. Poco a poco llegan nuevas formas de hacer política y éstas vienen acompañadas de mentalidades también distintas. La hipótesis de que una campaña política la gana quien más dinero ponga en ella, se va convirtiendo, cada vez más, en un mito.

Y es que el triunfo contundente de Morena en el 2018 lo demostró. Aunque se tratase de una coyuntura muy particular que sólo sucede una vez cada cierta cantidad de años, llevó no sólo a personas desconocidas a ocupar cargos públicos, sino a que desempeñaran sus campañas políticas de manera muy austera, con panfletos impresos en casa, con unos cuantos activistas y todos ellos voluntarios y sin pagar propaganda y publicidad en medios impresos, medios digitales, en radio y televisión. Gastaron mucha suela y mucha saliva, como suele decirse en el argot popular de la política electoral. Sin duda sostenidos todos ellos en la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador, pero no dejemos de olvidar que el voto se hace también localmente.

Más allá de Morena, quienes demuestran de verdad que una campaña política puede ser exitosa y austera al mismo tiempo, son los candidatos independientes. Los que no tienen partido. Los que no son apoyados por grupos de interés. Los que hacen campaña sostenidos en la voluntad inquebrantable de sus familiares y sus amigos. Los que arriesgan su dinero personal y a veces hasta su patrimonio, por demostrar una democracia distinta, sustentada en que la gente sí puede votar por consciencia y, sobre todo, notar las diferencias entre los candidatos.

A los candidatos independientes la legislación les deja en desventaja en financiamiento, apoyo organizativo y en acceso a tiempos de radio y televisión para darse a conocer. Pero aún así pueden ganar. Ello lo demostró en 2015 Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como “El Bronco”, al participar como candidato a Gobernador por el Estado de Nuevo León. Para su campaña, en una entidad con 51 municipios y más de 2 millones de votantes, “El Bronco” recibió por parte de la autoridad electoral la cantidad de 383,329.46 pesos, esto es, menos de 400 mil pesos. Sus gastos de campaña ascendieron a 20 veces más, pero aun así se considera muy poco.

¿Cómo lo hizo “El Bronco”? De acuerdo a un artículo publicado en 2016 en la revista Apuntes Electorales, cuyas autoras son Gladys Berumen y Laura Medellín, la estrategia de El Bronco fue alejarse de los medios de comunicación convencionales y aplicar la mayor parte del esfuerzo de su campaña en redes sociales, haciendo uso del llamado marketing de emociones, el que consiste en llevar a la gente a que utilice sus emociones y sentimientos y no la razón, para tomar decisiones. Se debió, además, a que El Bronco contó con estrategas y creativos que salían del tradicional formato de marketing político muy elaborado y cuidado.

Parte de su éxito se debió también al candidato mismo, quien tuvo en todo momento un perfil de persona alejada de la tradicional clase política o del tipo de político con discurso e imagen acartonada, proyectando una personalidad empática del neoleonés asumido en el imaginario social. Y, finalmente, El Bronco ganó porque, de acuerdo a una encuesta de salida realizada por el periódico El Norte el día de las elecciones, se encontró que el 61% de los que afirmaron darle su sufragio tenían educación superior, el 56% eran jóvenes (entre 18 y 29 años de edad) y el 47% de sus votantes fueron hombres.